¿Quién demonios dejó escapar a THE HIVES del manicomio? El retorno salvaje de THE HIVES suena como una sirena de guerra
THE HIVES me volaron la cabeza la primera vez que los escuché, y ahora han vuelto para terminar el trabajo 💥. No es una exageración: lo nuevo que se traen entre manos suena a urgencia, a dinamita sueca embotellada con chaquetas blancas y gafas oscuras.
THE HIVES están de regreso, y no vienen con flores ni disculpas. Llegan como siempre: con actitud de pandilleros de cómic, riffs que te abofetean como si fueras su ex bajista y una energía que haría ruborizar al mismísimo Iggy Pop. ¿Es este el mejor regreso del rock europeo en años? Puede ser. Pero también es una advertencia: no intentes entenderlos, solo báilalos como si te estuvieras quemando los pies en una pista de lava.
Origen de las fotos: The Hives, nuevo disco en marcha, canción de adelanto y gira mundial
Un regreso que no pide permiso, sino espacio
Todo empezó con una canción de adelanto que, más que un single, parece un misil aire-tímpano. Me refiero a Trapdoor Solution, una ráfaga de garage-punk sin anestesia que puedes escuchar en esta noticia de Ruta 66. No llega ni al minuto, pero en ese tiempo te pasa por encima una locomotora de cuero y gritos, comandada por el siempre histriónico Howlin’ Pelle Almqvist, ese frontman que canta como si le estuvieran robando la cena.
“Es como si los Ramones se hubieran cruzado con una centrifugadora.” Eso me dijo un amigo después de escucharla. Y sí, no andaba tan lejos. Pero también tiene algo del caos de The Cramps, la disciplina sucia de The Sonics, y la arrogancia brillante de quien sabe que tiene entre manos un sonido imposible de imitar sin parecer un chiste.
“La elegancia de un mono con pajarita”
The Hives siempre han sido una especie de oxímoron andante: tan pulidos como salvajes, tan hilarantes como precisos. Sus directos no son conciertos, son asaltos con disfraz de gala. Como si una banda de criminales decidiera tocar antes de atracar un banco. No importa si estás en la primera fila o en la última grada: en sus shows sientes que algo se está rompiendo, y puede que seas tú.
Pero también hay una especie de poesía secreta en su caos. No me refiero a letras profundas ni a mensajes de salvación mundial (¡gracias al cielo!). Me refiero al arte de hacer que una canción de un minuto te deje exhausto, con la sonrisa torcida y el cuello dislocado de tanto cabecear. Eso no se ensaya. Eso se nace.
“Tocamos como si fuéramos los Beatles en un mal viaje de ácido”, dijo una vez el guitarrista Vigilante Carlstroem. Y lo cierto es que ese tipo de frases podrían decorar perfectamente su lápida, o mejor aún, la tuya, si te atreves a verlos en directo y no sales con la espalda torcida.
El futuro del rock no está en la innovación, sino en el descaro
Vivimos en una era de algoritmos blanditos y playlists de fondo para hacer yoga con velas. En medio de eso, THE HIVES suenan como un puñetazo en la mesa de IKEA. No traen nada nuevo, pero lo traen con tanta actitud que se siente como nuevo. Es el viejo truco del rock and roll: no reinventar la rueda, sino hacerla girar tan rápido que parezca que va a salir volando.
Pero también hay algo profundamente actual en su apuesta. En tiempos donde muchos artistas parecen pedir permiso antes de gritar, ellos siguen gritando sin pedir perdón. Y eso, créeme, se agradece.
“La historia del rock es una historia de exceso, no de prudencia.” (Keith Richards, probablemente en un mal día)
“No puedes domar a una fiera disfrazándola de profesor de filosofía.”
Y ahí es donde THE HIVES siguen ganando. No necesitan un discurso sobre el estado del mundo ni un videoclip filmado en blanco y negro con lágrimas falsas. Les basta una guitarra afilada, una batería que parece romperse a cada golpe, y esa presencia escénica que mezcla a Elvis Presley con un vendedor de seguros poseído.
¿Por qué todavía los necesitamos?
Porque el mundo necesita más ruido. Porque la corrección ya aburre. Porque bailar sudando como un idiota en un garaje lleno de desconocidos sigue siendo más terapéutico que diez sesiones de mindfulness. Y porque THE HIVES, aunque parezcan salidos de una tira cómica punk de los años cincuenta, siguen demostrando que el futuro del rock es hacer las cosas como si no te importara sobrevivir.
Pero también porque hay una belleza secreta en lo absurdo. Un tipo vestido de blanco chillando “Hate to Say I Told You So” con la misma vehemencia que un predicador sureño lanzando sermones tiene algo de épico, aunque no sepamos bien por qué.
“El punk sueco se sirve frío, pero se digiere en llamas”
No sé si este nuevo disco será su mejor obra. Tampoco me importa. Lo que importa es que están vivos, gritando, girando, tocando en ciudades donde nadie esperaba ya que el rock se atreviera a aparecer sin pedir permiso.
Y sí, ya tienen gira. Ya están calentando motores. Ya puedes ir mirando si tienes ropa lo bastante negra, blanca o absurda como para colarte entre la fauna de un concierto suyo sin parecer un contable extraviado. Si no sabes dónde ir, puedes empezar con este artículo que lo cuenta todo.
“Hay bandas que envejecen. Y hay bandas que estallan en pedazos una y otra vez.”
THE HIVES no han vuelto para envejecer. Han vuelto para estallar otra vez.
¿Estás preparado para que te griten en sueco con acento de Detroit?
La pregunta ya no es si tienen algo nuevo que decir. La verdadera pregunta es si nosotros seguimos preparados para escuchar. Porque si algo tienen claro estos suecos endemoniados, es que el rock, cuando se hace bien, no busca respuestas. Solo busca moverte. Aunque sea por las malas.