El Tesoro de Sierra Madre resucita la poesía maldita en clave futurista

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El Tesoro de Sierra Madre resucita la poesía maldita en clave futurista. La música española se reinventa con El Tesoro de Sierra Madre y Panero

Estamos en 2025 en España, y El Tesoro de Sierra Madre suena como una extraña reliquia perdida en una mina que, al golpearla con un pico eléctrico, desprende chispas de futuro. La canción no es solo un tema más en la discografía de sus autores: es el epicentro de un proyecto que lleva veinte años orbitando entre el malditismo poético y la innovación sonora, como si Leopoldo María Panero hubiera dejado un mapa secreto para que otros lo tradujeran en música.

Desde la primera escucha, El Tesoro de Sierra Madre se presenta como un puente donde lo vintage se codea con lo digital, donde la oscuridad paneriana se viste con sintetizadores y guitarras afiladas. Y lo más provocador es que, lejos de sonar a nostalgia, vibra con una fuerza atemporal que desafía al propio mercado musical.

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El universo creativo detrás del proyecto

Hablar de este disco es entrar en un laberinto con varias salidas posibles. Una de ellas lleva directamente a Bruno Galindo, que más que periodista parece cronista de un tiempo perdido. Nacido en Buenos Aires pero formado en la España del vinilo, Galindo ha sido testigo de la caída y renacimiento de la industria. En su libro Toma de tierra, narró cómo las discográficas pasaron de las montañas de cedés vendidos a la sequía de los tiempos de Spotify. Y ahora, ironías del destino, se convierte en intérprete de Panero en un tema que parece contar la historia de esa misma mutación.

Galindo no solo escribe: también sube a un escenario y dispara palabras como si fueran proyectiles. Su spoken word recuerda a Laurie Anderson, pero con un acento cargado de calle y librerías polvorientas. Y lo cierto es que tiene credenciales: entrevistó a Bowie y a Prince, y pocos pueden decir lo mismo.

En otro pasillo del laberinto aparece Enrique Bunbury. A sus más de cincuenta años, el ex Héroes del Silencio sigue reinventándose. Sus viajes por la copla, la cumbia, la bossa nova y hasta el vals lo han convertido en un explorador de territorios sonoros. Aquí, en este homenaje a Panero, se sumerge en un registro menos visible pero cargado de futuro: darle voz a un poema que arde como pólvora.

Y mientras tanto, Carlos Ann actúa como arquitecto. Desde Barcelona ha edificado once discos y un estilo propio que mezcla rock alternativo con un muro de sonido electrónico. Cuando habla de Panero lo hace con devoción: “sus poemas son cinematográficos, sugieren caminos sonoros”. Él los recubre de oscuridad y estribillos que no se olvidan, como quien construye una catedral gótica con sintetizadores.

El proyecto no se entiende sin recordar a José María Ponce, cineasta y escritor que murió en 2024. Su aporte conectaba las imágenes con la música, como si quisiera que Panero también tuviera película. Y tampoco sin la labor invisible de Charly Chicago, un veterano de los estudios que ha trabajado con Bunbury, Loquillo o Macaco, y que desde hace décadas enseña a nuevas generaciones cómo domar máquinas sin perder humanidad.


Leopoldo María Panero: el poeta del apocalipsis

Hay poetas que se leen con un café en la mano, y otros que se leen con un vaso de whisky a medianoche. Panero pertenece al segundo grupo. Su poesía es un territorio lleno de ruinas y espejos rotos, donde las metáforas parecen alucinaciones y los versos queman como brasas. Era uno de los llamados “nueve novísimos”, pero pronto desbordó cualquier etiqueta.

“Soy el negro, el oscuro: ardiendo está mi nombre”, escribió. Y en esa frase está condensada su herencia: la belleza de lo irracional, la poesía como herida abierta. No extraña que su obra se convierta en materia prima para un proyecto sonoro que busca la transgresión más allá del tiempo.

La reedición de 2024 no se limita a desempolvar grabaciones viejas: incluye cuatro temas inéditos que funcionan como nuevas puertas de entrada al universo paneriano. Bunbury canta La poesía destruye al hombre, Galindo recita El tesoro de Sierra Madre, Ann compone El noi del sucre y Ponce deja como testamento El hombre que solo comía zanahorias.


Warner Music Spain y el renacimiento del vinilo

Lo curioso es que esta aventura no se sostiene solo por amor al arte. Warner Music Spain decidió apostar fuerte por ella. Y no lo hace como simple gesto nostálgico, sino como estrategia: editarlo en digital y en doble vinilo, para pescar en dos mares a la vez.

El vinilo vive un renacimiento extraño: en plena era de las playlists infinitas, cada vez más gente busca volver a ese ritual de poner la aguja y escuchar el disco entero. No es casualidad que Warner lo haya puesto sobre la mesa. Es una forma de dotar de cuerpo físico a una poesía que siempre fue carne y hueso.


Tendencias retro-futuristas en la música española

El aire de los ochenta y noventa vuelve, pero no con hombreras y peinados imposibles, sino con sintetizadores reciclados en clave contemporánea. Basta escuchar a The Weeknd o Dua Lipa para ver cómo lo retro se cuela en el mainstream. El proyecto Panero encaja en esta ola, pero con un giro hispánico: rescata la contracultura española, la poesía maldita y los ecos de la movida para lanzarlos en clave futurista.

La fusión de géneros es otra marca de estos tiempos. El Panero musical mezcla spoken word con rock alternativo, bolero con electrónica, literatura maldita con producción contemporánea. Esa mezcla anticipa la música del mañana, donde ningún estilo manda y todos dialogan.

Y, por si fuera poco, todo huele a espíritu DIY. Aunque Warner distribuya, el origen del proyecto fue casero: Carlos Ann componía en su estudio y compartía los archivos para que cada artista eligiera el poema que quisiera. Ese método descentralizado se parece demasiado a cómo trabajan hoy los músicos independientes, grabando desde sus casas y lanzando al mundo sus experimentos.

Entre lo vintage y lo futurista

La técnica tiene su propio protagonismo. Charly Chicago sabe bien de qué habla cuando recuerda que los técnicos de sonido son más que apéndices de máquinas. Su libro Yo técnico de sonido – La base del sonido insiste en que sin criterio humano no hay magia posible. En la reedición de Panero, esa mezcla de rigor técnico y atmósfera visceral es palpable.

Las grabaciones a distancia —Bunbury en Los Ángeles, Ann en la costa mediterránea— muestran otra cara de lo contemporáneo: la intimidad creativa puede sobrevivir a miles de kilómetros. Una metáfora perfecta para estos tiempos en los que la poesía de un maldito de los setenta puede resonar en auriculares conectados a servidores de Silicon Valley.


El legado paneriano en la era digital

Lo fascinante es que veinte años después, este homenaje sigue vivo. ¿Por qué? Porque la transgresión genuina no caduca. Panero hablaba de la muerte, la locura, el amor y la destrucción con una honestidad brutal. Y esas son verdades que ninguna moda sepulta.

“La poesía destruye al hombre”, recita Bunbury, y suena como advertencia y celebración al mismo tiempo. Cada nuevo tema amplía el mapa sonoro, como si Panero dejara pistas que aún estamos descifrando.

La música se produce hoy a un ritmo inhumano: cien mil canciones subidas al día, cuarenta y cinco millones que nunca se reproducen. Y aun así, el tesoro paneriano encuentra su espacio. No porque obedezca a un algoritmo, sino porque vibra con la autenticidad que ningún dato puede simular.

La estética retro-futurista que recorre el proyecto —vinilos remasterizados digitalmente, colaboraciones intergeneracionales, poesía maldita viajando en streaming global— es en realidad una brújula. Nos recuerda que el futuro de la música española no está solo en las novedades efímeras, sino en saber reencender brasas del pasado.


“Lo verdaderamente incendiario nunca pasa de moda”

Al final, el proyecto Panero no es un simple disco homenaje, sino una declaración de principios: que la música sigue siendo un arte de conexión humana. Que la poesía más oscura puede dialogar con sintetizadores luminosos. Que lo vintage y lo futurista pueden bailar juntos sin ridículo.

Y uno se pregunta, escuchando El Tesoro de Sierra Madre: ¿qué otro poeta maldito aguarda en los anaqueles del pasado para ser traducido en clave sonora? ¿Qué textos dormidos esperan a que un Carlos Ann los convierta en canciones? ¿Y cuántos futuros caben aún dentro de un vinilo que gira lento mientras el mundo acelera?

JOHNNY ZURI

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