¿Has escuchado el rezo que se baila llamado CHAMAMÉ? Chango Spasiuk trae el alma del nordeste argentino a Madrid
El chamamé es un rezo que se baila. Un baile que se reza. Y no lo digo yo, lo dice uno que lo sabe bien. Lo dice Chango Spasiuk, que lleva más de 35 años con el acordeón pegado al pecho como si fuera una extensión del alma, un artefacto de madera, fuelle y nostalgia que lo conecta con la tierra roja de Misiones, con los arroyos, los guayabales, los abuelos de manos curtidas, con los patios donde se baila en círculo y se reza sin decir palabra.
Ese hombre —de ojos claros como niebla sobre la yerba mate— aterriza este miércoles 9 de julio en Madrid, y no viene solo. Llega a la Sala Galileo Galilei con ‘Taco y suela: tradición’, un proyecto que suena a polvo de camino y también a búsqueda. Lo acompañan dos cómplices del arte sentido: Marcos Villalba, el percusionista que entiende que el ritmo no se golpea, se acaricia; y Enzo Demartini, un joven acordeonista que parece haber aprendido directamente del viento.
“Taco y suela” no es solo un nombre bonito. Es una declaración de principios. Es caminar con el alma gastada de andar y andar, pero con las raíces bien puestas. Porque lo de Spasiuk no es solo música. Es memoria, es gesto, es rito. Un espectáculo que rescata la fuerza natural del chamamé, esa música que crece entre las ceibas y se aprende en las sobremesas con guitarra, entre vasos de caña y relatos de la guerra del Paraguay.
“No se puede tocar chamamé sin mover el cuerpo”
Lo dijo sin preámbulos ni solemnidades. Lo dijo como quien cuenta una verdad sencilla, ancestral: “Es imposible tocarlo de otra manera. Esta música pasa por el cuerpo.” Y yo lo creo. Porque lo vi, hace años, en un festival al aire libre, cuando Spasiuk se inclinaba hacia el fuelle con los ojos cerrados y el cuerpo entero parecía danzar, vibrar, sudar.
No se trata de acordes. Es otra cosa. Es la música metiéndose por los pies, por los hombros, por la cadera, hasta salir por los dedos. El chamamé no se interpreta: se encarna. Y por eso es tan difícil de explicar para quien nunca lo ha sentido, para quien no sabe que hay rezos que se bailan, ni bailes que se rezan.
“La emoción que arrastra el chamamé es salvaje, profunda, melancólica y feliz a la vez”, decía una vez un cronista cultural al escucharlo en París. Porque sí, Spasiuk ha hecho girar este arte del litoral por todo el mundo. Lo aplaudieron en Japón, lo ovacionaron en Nueva York, y en la BBC de Londres le dieron su premio de Música del Mundo como quien reconoce algo más que una melodía: un legado.
El alma de un fuelle con acento guaraní
El chamamé no nació en las grandes ciudades. No vino en barco ni se coló por la ópera. Vino desde los ranchos, desde los guaraníes, desde las fiestas patronales donde la gente se junta a comer chipa y a tocar sin mirar el reloj. Y ese aire, ese soplo de monte y río, sigue intacto en el fuelle de Spasiuk.
Nacido en Apóstoles, tierra de inmigrantes ucranianos, con mezcla de costumbres, silencios de misa ortodoxa y algarabía guaraní, Chango es un cruce de caminos. Su música también. Por eso en sus discos hay chamamé puro, pero también hay tango, hay música barroca, hay experimentos con jazz y hasta con electrónica. Y sin embargo, nunca deja de sonar a selva y a madre. Eso es lo mágico.
Ha publicado 14 discos como solista, ha ganado ocho Premios Gardel (el Grammy argentino), ha sido nominado al Grammy Latino y, aun así, cuando toca, lo hace como si estuviera en la cocina de su infancia, entre abuelas que cortan mandioca y chicos que corretean descalzos.
Una noche para pisar fuerte con taco y suela
La cita será en la Sala Galileo Galilei, a las 21:00. Un templo madrileño donde resuena el eco de tantos acentos que han pasado por ahí. Pero este miércoles, sonará distinto. Sonará al nordeste argentino, al vaivén de pareja abrazada en ronda, al canto antiguo de un pueblo que no quiere ser olvido.
Las entradas están disponibles desde 18 euros y pueden comprarse aquí, en la web oficial. No es un concierto. Es un viaje. Y como todo viaje de verdad, uno vuelve distinto. Más liviano, más profundo, más cerca del otro.
“El chamamé no se toca. Se vive.”
Chango Spasiuk no viene a entretener. Viene a recordar. Y eso tiene más valor que cualquier efecto especial. Porque cuando él toca, se escucha también a sus abuelos, a los peones rurales, a los niños del monte. Se escucha una lengua sin idioma: el idioma del cuerpo que vibra.
La música popular muchas veces se confunde con lo banal. Pero cuando el arte nace del pueblo y no de la industria, cuando la raíz se impone al artificio, entonces ocurre lo que pasará este miércoles: una ceremonia de tierra adentro en el corazón de la ciudad.
Y entre fuelles, percusiones y silencios, tal vez nos preguntemos algo que se dice poco:
¿Qué música guardamos nosotros en el cuerpo sin saberlo?
¿Qué rezo se nos quedó sin bailar?
“Tocar chamamé es como abrazar el mundo con un fuelle”
“La música no necesita traductores. Solo oídos dispuestos.” (Anónimo guaraní)
“El que pierde su origen, pierde su fuerza.” (Proverbio latinoamericano)
El chamamé es fuerza, cuerpo y memoria
Chango Spasiuk encarna el futuro de una tradición antigua
Una noche con ‘Taco y suela’ es un rezo con zapatos gastados
Y tú, ¿cuándo fue la última vez que bailaste sin darte cuenta?