El precio de las heridas de Cold In Berlin
Cómo el nuevo álbum Wounds abre un abismo entre amor, oscuridad y futuro
Estamos en septiembre de 2025 en Londres, donde la noticia corre como pólvora negra entre los pasillos del underground: Cold In Berlin anuncia su quinto disco, Wounds, con fecha de lanzamiento el 7 de noviembre vía New Heavy Sounds. El adelanto no podía ser más inquietante: “Hangman’s Daughter”, un single que arranca con un bajo techno hipnótico y desemboca en guitarras post-punk que parecen derrumbarse sobre el oyente.
La primera vez que escucho la canción me sorprende el contraste: hay un magnetismo brutal en la voz de Maya, que te arrastra sin pedir permiso. Ella misma lo define como una historia de amor no correspondido, pero aquí no hay nada romántico. Es un relato de violencia, de muerte, de una mujer ahogada por un hombre que la quería demasiado y mal. La hija del verdugo reaparece para atormentar a su asesino. No hay redención, solo un eco que se repite como campanas metálicas.
“No se trata de un cuento del pasado, sino de un peligro muy actual”, advierte Maya. Y yo no puedo evitar pensar que cada acorde suena como una advertencia.
Por dentro de Wounds, un disco de carne y sombra
Entre techno, doom y brass libre, la alquimia de lo oscuro
Hace seis años que Cold In Berlin no publicaba un larga duración. Rituals Of Surrender (2019) fue su última entrega antes del paréntesis global que los sumió en silencio. Luego, en 2024, reaparecieron con el EP The Body Is The Wound, donde ya se intuía que la banda estaba afinando nuevas armas: ritmos industriales, melodías casi mecánicas y un giro experimental que descolocó incluso a sus seguidores más fieles.
Wounds recoge esa herencia y la lleva más lejos. No se contentan con el muro de sonido al que nos acostumbraron. Entran en juego los sintetizadores de Bow Church, una sección de metales con aire de free jazz y estructuras que rompen el compás tradicional. El resultado es un viaje imprevisible: krautrock, doom, post-punk, todo al servicio de una misma tensión. Es música que nunca se relaja.
Cuando uno repasa la trayectoria de la banda, entiende esta necesidad de ir siempre más allá. Su debut Give Me Walls (2010) fue considerado un grito vital en la escena alternativa británica. Después vinieron And Yet (2012) y The Comfort Of Loss And Dust (2015), cada vez más pesados, más sombríos. Con Rituals Of Surrender alcanzaron el nivel de brutalidad que los llevó a ser guardados en la Fonoteca Británica como testimonio de la “Imaginación Gótica”. No es poca cosa.
“Cada nuevo disco es una herida que no cierra, pero que enseña”.
La hija del verdugo y el eco de un país oscuro
Lo que Hangman’s Daughter revela de nuestra época
En “Hangman’s Daughter” hay algo más que música. El título evoca horcas y linchamientos medievales, pero la letra habla de lo cotidiano. De cómo una mujer puede ser condenada solo por no devolver un sentimiento. La ironía macabra es que el verdugo cree que mata, pero en realidad se condena a sí mismo: la presencia de ella lo atormenta para siempre.
Maya lo canta con un tono magnético, casi como si narrara un ritual. La línea de bajo, con ese aire techno, funciona como latido. La guitarra post-punk entra de golpe y rompe el hechizo, para luego volver a caer en un coro gigantesco que parece gritar desde una catedral derruida.
Me hace pensar en la vieja frase de Nietzsche:
“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.”
El regreso al escenario: heridas vivas en directo
Un tour entre ruinas industriales y clubes subterráneos
La salida de Wounds vendrá acompañada de una gira por Reino Unido y Europa. No es casual que el estreno sea en Coventry, en un espacio llamado The Arches, como si la banda necesitara arcos de piedra para sostener su música. Después Leeds, Sheffield, Londres, y en 2025 saltarán a Polonia. La elección de salas pequeñas y oscuras me parece deliberada: este tipo de canciones no cabe en estadios luminosos, necesita sótanos y cemento.
He visto a Cold In Berlin en directo antes, y sé lo que espera al público: Maya al frente, una presencia que parece desbordar las paredes; Adam Richardson exprimiendo la guitarra como si fuera un taladro; Lawrence Wakefield y Alex Howson sosteniendo un pulso rítmico que no te permite escapar. Todo bajo luces rojas y humo que huele a hierro.
“El directo de Cold In Berlin no se disfruta, se sobrevive”.
Un disco que abre cicatrices
Por qué Wounds puede ser el trabajo más arriesgado de Cold In Berlin
El álbum no se limita a repetir fórmulas. En los títulos de las canciones ya se adivina un catálogo de obsesiones: “12 Crosses”, “Messiah Crawling”, “The Stranger”, “Wicked Wounds”. Cada uno suena como un capítulo de una novela negra en la que los personajes se desgarran.
La inclusión de brass y métricas poco convencionales sugiere que la banda quiere incomodar, no simplemente agradar. Y eso es lo que hace grande a un grupo: atreverse a sonar raro, a irritar, a no ser domesticable.
Johnny Zuri diría aquí:
“La música de Cold In Berlin no es un refugio, es un incendio.”
Ecos del pasado, promesa del futuro
Entre el gótico inmortal y la modernidad del techno
Mirando atrás, se podría decir que Cold In Berlin siempre fue un espejo de su ciudad: Londres, con su mezcla de tradición gótica, ruido industrial y culturas en colisión. El nombre de la banda ya evoca fronteras, muros y frialdad. Pero lo que hacen ahora con Wounds es distinto: no solo representan un lugar, sino una sensación global de fragilidad.
Hay algo vintage en su apego al imaginario gótico, a esas referencias de muerte y sombras que nunca pasan de moda. Pero al mismo tiempo suena futurista, con la electrónica incrustada como hueso nuevo en un cuerpo viejo. Esa es la paradoja: Cold In Berlin mira hacia atrás y hacia adelante al mismo tiempo, como un cadáver que camina y respira.
¿Qué nos deja Wounds?
El 7 de noviembre, cuando el disco esté disponible, habrá quien lo escuche como simple música oscura, perfecta para una noche de lluvia. Pero otros lo leerán como un manifiesto no escrito sobre los peligros del deseo, la violencia disfrazada de amor y la necesidad de encontrar un lenguaje sonoro para aquello que no tiene palabras.
Y entonces me pregunto: ¿no será que necesitamos bandas como Cold In Berlin precisamente porque nos recuerdan que la belleza también puede ser brutal, que el amor duele y que la música no siempre está para consolarnos?
“Las heridas no se curan, se cantan”.