¿Qué hace de LEIVA un gigante retro en el corazón de Texas? LEIVA grabó en Sonic Ranch y el alma del rock volvió a sonar
LEIVA se marchó al desierto para reencontrarse con el alma de su música… y volvió más grande. 🦂
Hay algo profundamente poético —y un poco temerario— en la decisión de irse al medio de la nada para crear arte. Más aún si ese “nada” es Tornillo, Texas: un pueblo perdido entre cactus, perros salvajes y una atmósfera tan densa que parece sacada de una película de los años setenta. Fue ahí, en Sonic Ranch, donde LEIVA decidió grabar su álbum más ambicioso, Gigante, rodeado de consolas analógicas, guitarras con historia y un eclipse solar total que parecía estar escribiendo su propio verso.
La elección no fue caprichosa, ni mucho menos estética. Fue instinto. Fue fe. Fue rock and roll del bueno.
Origen de la foto: La historia de Leiva en Sonic Ranch, los estudios en Texas donde el cantante grabó su disco ‘Gigante’
Un rancho con alma de estudio vintage y corazón salvaje
Llegar a Sonic Ranch no es simplemente entrar a un estudio; es adentrarse en una experiencia que te obliga a dejar el mundo fuera. Literalmente. Está a casi 50 kilómetros de El Paso, metido en una hacienda del siglo XIX que ha visto más historia que un libro de primaria y más acordes que una Gibson Les Paul. LEIVA no solo se fue a grabar: se fue a vivir allí.
Y eso cambia todo.
Lo acompañaban su hermano Juancho, el argentino Mateo Sujatovich y el dueño del estudio, Tony Rancich, una especie de figura chamánica del sonido, mitad ingeniero, mitad gurú del groove. Las mañanas arrancaban con cafés fuertes y advertencias más fuertes aún: cuidado con los perros salvajes. Porque sí, había. Muchos. A veces los mejores discos nacen donde hay riesgo, no solo técnico, sino animal. Y en este caso, literal.
“La música no necesita perfección, necesita peligro”. Eso no lo dijo nadie, pero debería estar tatuado en la entrada de Sonic Ranch.
La magia de grabar en cinta cuando todo el mundo mira a la nube
Hoy todo se edita. Todo se corrige. Todo se ajusta, se cuantiza, se plancha, se afina. Pero LEIVA, en pleno siglo XXI, decidió volver al método que usaban los grandes. Grabar en cinta analógica. Seis de las catorce canciones de Gigante nacieron así, en una suerte de ritual que pone los nervios a flor de piel. No hay red de seguridad: o lo clavas, o lo repites. O mejor aún: o lo sientes, o no suena.
Temas como Barrio o Cuarenta mil ganan en texturas, sudan emoción por cada canal, porque la cinta no perdona, pero premia la verdad. ¿Fallaste una nota? Da igual. Si el alma estuvo ahí, se queda. Eso no lo hace un plugin. Eso no se importa de un sample pack.
Grabando así, LEIVA no solo rindió tributo a sus referentes —el rock clásico, el soul crudo, la canción con costra—, sino que se reencontró con una forma de componer donde la limitación es virtud. Lo que no puedes editar, tienes que vivirlo.
“Texas huele a nuez y a delay con alma”
Entre tomas y sobremesas, hubo tiempo para observar. Y sentir. El entorno no era decorado, era coprotagonista. Tornillo es una contradicción viva: vasto y cerrado, libre y hostil, bello y peligroso. El huerto de nogales alrededor del estudio, los atardeceres imposibles, los silencios eléctricos… todo eso entró en el disco.
Y luego, el eclipse.
Sí, LEIVA presenció el gran eclipse solar de América mientras grababa. Un disco llamado Gigante y un eclipse total. A veces el universo se pone demasiado poético y te lanza señales en HD. ¿Coincidencia? Puede. Pero como decía aquel refrán: «Cuando el alma está lista, el cielo actúa.”
Esa vivencia se volvió símbolo, bisagra. Algo cambió en su forma de componer. Lo retro dejó de ser nostalgia para convertirse en herramienta emocional. Lo vintage no fue una pose, fue una necesidad.
«Gigante» no suena retro, late retro
Porque una cosa es imitar sonidos del pasado, y otra es entenderlos. En Gigante, hay sintetizadores ochenteros que no suenan como cliché, sino como cicatriz. Guitarras crudas que no buscan molar, sino contar. Baterías grabadas en The Stone Room, con paredes de travertino, que rugen como si vinieran del mismísimo Sticky Fingers.
La estética vintage se cuela en cada poro del disco. Desde la elección de consolas (Neve 8078, API Legacy Plus) hasta los amplificadores tweed que suenan incontrolables. Pero también en lo físico: la edición deluxe es una caja de madera con mirilla y prisma de metacrilato. Artesanía psicodélica. Diseño que puedes tocar.
Como se explica en esta entrevista, la colaboración con el colectivo Boa Mistura fue clave para convertir el disco en un objeto emocional, no solo musical.
“No es un disco, es un amuleto”, decía una fan. Y no iba desencaminada.
LEIVA, acompañado por fantasmas ilustres
Sonic Ranch ha sido el hogar temporal de artistas que, como LEIVA, entendieron que el aislamiento cura, que el calor real del sonido no está en los bits, sino en los tubos. Yeah Yeah Yeahs, Conor Oberst, Jenny Lewis, Gerard Way, Bullet For My Valentine, Cannibal Corpse… todos ellos pasaron por ahí y salieron distintos.
Y claro, The Chamanas, ese grupo mexicano que mezcló pop y bolero con una sensibilidad que rozaba el milagro. Ellos grabaron su debut en este mismo lugar. Resultado: nominación al Latin Grammy.
El impacto técnico-estético de grabar en Sonic Ranch es un sello de autenticidad que ni la mejor producción de Los Ángeles puede replicar. ¿Por qué? Porque aquí no hay simulacro. Hay historia. Hay tiempo. Hay errores. Y hay alma.
“La grabación analógica no es vintage, es valiente”
LEIVA lo entendió. Por eso, en lugar de convertir Gigante en un desfile de modas musicales, lo usó como diario. Un diario rugoso, con polvo del desierto y olor a cinta. Hay una lección ahí: la imperfección es belleza cuando nace del coraje.
Lo curioso es que, aunque solo seis temas fueron grabados en cinta, el espíritu analógico impregna todo el álbum. Las canciones que nacieron digitalmente también se filtraron por ese mismo tamiz emocional. El contraste no divide: enriquece. Es la dualidad del presente. Un pie en el futuro, otro en el pasado. Como quien baila entre dos épocas sin pedir permiso.
¿Y ahora qué? ¿Qué se le pide a un músico después de esto?
Tal vez nada. Tal vez solo que siga buscando lugares donde los perros salvajes sean parte del proceso creativo. Donde la electricidad no sea solo voltaje, sino instinto. Donde un eclipse se cuele en el tracklist sin pedir permiso. Donde la grabación analógica no sea capricho, sino acto de fe.
Porque eso fue Gigante: un acto de fe grabado con alma y madera.
Y ahora que lo sabemos… ¿nos atreveremos a escucharlo con los oídos sucios de tanto auto-tune? ¿O nos limpiaremos primero el corazón?