«Killing Of A Flash Boy»: El lado B que devoró al Britpop y abrazó el futuro
La historia de la música está llena de tesoros enterrados, esos lados B que nacieron condenados a la oscuridad, pero que con el tiempo se convirtieron en himnos secretos para quienes saben escuchar. «Killing Of A Flash Boy» de Suede es uno de esos casos: una canción demasiado brutal para el Britpop, demasiado inteligente para el grunge y demasiado adelantada para su época.
Treinta años después de su concepción en las turbulentas sesiones de Dog Man Star, su impacto sigue creciendo. Y lo más curioso es que su ADN parece haber mutado con el tiempo: lo que en 1994 sonaba como un puñetazo a la cara del narcisismo juvenil, hoy se escucha como una profecía sobre el caos digital, la fugacidad de la imagen y la estética retro-futurista que devora la cultura contemporánea.
Pero, ¿cómo un descarte se convirtió en piedra angular del sonido de Suede? ¿Y por qué su sombra se extiende más allá del Britpop, proyectándose en el rock de estadio, el synthwave y hasta en el glitch digital de la Generación Z? Acompáñame en este viaje entre la decadencia, la furia y el futuro.
Brett Anderson, el aislamiento y la tormenta perfecta
La locura controlada de Highgate
Corría 1994 y Brett Anderson, aún con el polvo de su ruptura con Justine Frischmann en los hombros, decidió encerrarse en su departamento de Highgate, rodeado de libros de William Blake y películas de Nicolas Roeg. Lo que nació de ese aislamiento no fue exactamente una serie de canciones para «chicos guapos con chaquetas de cuero», sino un manifiesto sobre la destrucción del glamour en la Gran Bretaña de los noventa.
«Killing Of A Flash Boy» es hija de ese clima de paranoia y redescubrimiento. En ella, Anderson se ensaña con un personaje que, en esencia, es una parodia de lo que pronto se convertiría en el arquetipo del Britpop: un chico con más ego que talento, con un bronceado falso y una existencia construida sobre poses vacías.
Bernard Butler y la última batalla creativa
El problema es que Suede no era solo Brett Anderson. Bernard Butler, guitarrista y cerebro musical del grupo, estaba en un camino completamente distinto: mientras Brett escribía sobre la decadencia de la juventud, Butler buscaba la profundidad de Joy Division y el dramatismo del rock gótico. El choque era inevitable, y «Killing Of A Flash Boy» fue una de las últimas canciones en las que trabajaron juntos antes de que Butler dejara la banda para siempre.
El resultado es un himno caótico. La guitarra suena como si estuviera a punto de incendiarse, la voz de Anderson es pura burla y desdén, y la estructura de la canción es tan caótica como una noche de drogas en Soho. Es el grito de guerra de una banda a punto de estallar.
Flash Boy: El ícono que no sabíamos que necesitábamos
«Flash Boy»: ¿El influencer antes del influencer?
Escucha la letra con atención. Anderson dibuja un retrato de alguien que podría estar desfilando hoy en Instagram o TikTok: «máquinas asesinas», «bronceado falso», «obscenidad calculada». El Flash Boy no es solo un personaje de los noventa; es el blueprint de una generación que, tres décadas después, sigue construyendo su identidad en la superficie.
En 1994, el Flash Boy era el chico cool de Camden, con su peinado perfecto y su desprecio por todo lo que no brillara. Hoy es el influencer con filtros de IA, vendiéndonos la idea de un estilo de vida que ni él mismo entiende.
«Aerosol Land» y la fugacidad de la imagen
Uno de los versos más intrigantes menciona «Aerosol Land», una referencia que puede interpretarse de muchas formas. Podría ser un guiño a la cultura de las discotecas de los noventa, donde todo era humo y luces de neón. O podría ser un símbolo de lo efímero: como un graffiti en la pared, brillante por un instante y borrado al día siguiente.
«Killing Of A Flash Boy» no es solo una burla. Es un aviso. Es una canción sobre el precio de vivir para la imagen, sobre el vacío detrás del espectáculo.
Retro-futurismo y el sonido del mañana
De Mick Ronson al synthwave
Lo fascinante de esta canción es que su sonido no pertenece a una sola época. Si bien la guitarra de Bernard Butler evoca a Mick Ronson y el glam rock de Bowie, hay algo en la producción que se siente extrañamente moderno.
Es el tipo de canción que podrías imaginar en la banda sonora de Drive (2011), rodeada de sintetizadores oscuros y neones parpadeantes. De hecho, bandas como The Killers y Arctic Monkeys han admitido que el caos elegante de Suede influyó en su sonido. Y si escuchas con atención, puedes encontrar el ADN de «Killing Of A Flash Boy» en algunos rincones del synthwave y el electroclash de los 2000.
El videoclip que nunca existió (pero debió existir)
Si Suede hubiera grabado un videoclip para esta canción, ¿cómo habría sido? En mi mente, lo imagino con una estética de cyberpunk británico: carreteras mojadas, luces de neón, autos deportivos en cámara lenta y una figura misteriosa con una pistola cromada.
En ausencia de ese videoclip, la reedición del 30º aniversario nos ofrece el DVD de Stay Together, con su mezcla de colores saturados y efectos visuales vintage. La estética de Suede siempre ha sido un híbrido entre lo antiguo y lo futurista, y «Killing Of A Flash Boy» es su máxima expresión.
De lado B a himno generacional
Cuando un descarte es más fuerte que un hit
Es irónico que esta canción, relegada al estatus de lado B, haya sobrevivido con más fuerza que muchos sencillos de la época. En 1994, algunos críticos la vieron como un «exceso de ruido», pero con el tiempo se ha convertido en un referente.
Pitchfork la incluyó en su lista de las mejores canciones de los noventa, y su solo de guitarra está catalogado como uno de los más impactantes de la era. No es un himno oficial de Suede, pero para los fanáticos, es una de sus obras maestras.
El futuro atrapado en un vinilo
Treinta años después, «Killing Of A Flash Boy» es más relevante que nunca. Su mensaje sobre la superficialidad, su caos sonoro y su estética retro-futurista siguen encontrando eco en las nuevas generaciones. Quizás porque seguimos rodeados de Flash Boys, brillantes y vacíos, esperando su turno para ser olvidados.
La pregunta es: ¿quién será el próximo en caer?