FIGURAS MORBOSAS en vinilo y neón bailan con la muerte

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¿Quién teme a las FIGURAS MORBOSAS cuando suena el futuro retro? FIGURAS MORBOSAS en vinilo y neón bailan con la muerte

Las figuras morbosas siempre han tenido su lugar preferente en la historia musical. Pero no entre los salones iluminados ni en los charts soleados del pop correcto, sino en los rincones sombríos donde la estética y el sonido se atreven a desobedecer. Ahí, donde el maquillaje se convierte en máscara, el sintetizador en lamento y la letra en conjuro, surge esa atracción ancestral por lo prohibido. Figuras morbosas, sí, pero también magnéticas, hipnóticas, deliciosamente incómodas.

Porque lo morboso, en su forma más pura, no es más que un espejo torcido que todos alguna vez hemos querido mirar. Y en la música, ese espejo no solo refleja, sino que canta, baila y grita.

Origen: WHY AM I SUCH A MORBISTIC WOMAN?

Las divas que invocaron lo oscuro con voz y sangre

«Hay quien canta al amor; ellas cantaban al abismo.»

Hace tiempo descubrí que las mujeres más peligrosas del pentagrama no empuñaban guitarras como hachas ni levantaban la voz como proclama, sino que susurraban letanías, escupían sortilegios y danzaban sobre sintetizadores como si fueran brasas. Siouxsie Sioux fue la primera que me miró desde el otro lado del televisor con ojos de esfinge y delineador de guerra. Aquella mujer no solo inventó un sonido; fundó un lenguaje visual.

https://www.youtube.com/watch?v=HFK3duKFf84

Los conciertos de Siouxsie and the Banshees eran misas negras disfrazadas de shows de rock. Y en ellos, una generación entera aprendió que lo gótico no era solo un adorno, sino un estado del alma. “Happy House” parecía una burla elegante al concepto de felicidad, una carcajada oscura que aún resuena entre sombras.

cantantes negras de los anos 70 natti natasha

Pero si Siouxsie era la sacerdotisa, Lisa Gerrard era la mística. Su voz no era humana. Era ancestral. Era humo. Con Dead Can Dance, Lisa creó catedrales sonoras donde la palabra se volvió inservible, sustituida por un idioma inventado, incomprensible pero clarísimo para el corazón. Cada canción suya suena a ritual, a exorcismo, a un adiós pronunciado desde la otra vida.

Y luego está Grace Jones. Ah, Grace… Su cuerpo era una máquina del deseo. Su cara, un holograma que predecía un futuro tribal y metálico. Si la disco fue una fiesta, Grace se encargó de hacerla ritual pagano. Aparecía vestida de estructura, no de ropa. Bailaba como una pantera de otro planeta. Cantaba como si cada letra fuera un látigo. Su música era más que sonido: era una performance de confrontación erótica.

«Grace no actuaba. Grace descendía.»

Los hombres que murmuraron al vacío

Hablar de Ian Curtis es como abrir una tumba sellada con poesía. El vocalista de Joy Division no cantaba: se desmoronaba. Con cada frase parecía más cerca del abismo. Sus conciertos no eran espectáculos, eran ataques epilépticos convertidos en arte. Nunca vi un cuerpo vibrar con tanta angustia y belleza al mismo tiempo. Cuando se suicidó, nadie se sorprendió. Y eso lo hace aún más trágico.

Rozz Williams tomó esa angustia y la embalsamó. Con Christian Death, convirtió la blasfemia en arte y la transgresión en bandera. Su mirada era de muñeca rota, pero su voz salía como daga bendecida por algún demonio compasivo. La suya fue una existencia fugaz, pero dejó grabada su firma en todas las paredes del death rock.

«Rozz no componía canciones: escribía epitafios.»

Morbo de grupo, tribu y escena

Uno puede sentir morbo en soledad, pero es más sabroso cuando es compartido. Por eso existen escenas, tribus y géneros que han hecho del mal gusto su tesoro. El darkwave resucitó como un vampiro insaciable en pleno siglo XXI. No murió en los ochenta, solo dormía.

Lebanon Hanover revive el frío emocional con una elegancia nihilista. Boy Harsher convierte la ansiedad en ritmos que te hacen mover el cuerpo aunque el alma quiera esconderse. Y Molchat Doma suena como si Depeche Mode hubiera nacido en una fábrica soviética bajo luces de neón.

Y si hablamos de fiesta morbosa, el horror punk lleva la batuta. Alien Sex Fiend es el payaso sangrante de esta ópera decadente. Sus conciertos son como ver un episodio de “Creepshow” en ácido. Todo es distorsión, maquillaje y referencias al cine de terror clase B. Y uno sale agradecido.

Letras como puñales, besos y epitafios

Las canciones góticas no se andan con rodeos. Si la radio te canta al amor de verano, el darkwave te susurra al oído cosas como “el diablo también llora” o “bésame con los dientes rotos”. Las letras de esta música no quieren ser comprendidas por todos, sino reconocidas por los que miran la noche con ojos húmedos.

Hay temas que hablan de suicidio, necrofilia, invocaciones, vampiros. Pero también de deseo. Un deseo raro, ambiguo, que no cabe en las baladas de la FM. Ese deseo que quema sin tocar. Que observa desde las sombras. Como cuando Sylvia Robinson gemía en «Pillow Talk» y el mundo se escandalizaba, sin saber que estaba abriendo una puerta que Donna Summer terminaría de empujar con un suspiro prolongado en «Love to Love You Baby».

La estética del espanto como carta de presentación

Porque esto no es solo música. Es teatro. Es moda. Es una escenografía entera. El morbo no entra por los oídos: entra por los ojos. En la escena darkwave, cada sombra es maquillaje, cada tacha es mensaje.

El gótico se viste de negro, sí, pero no por pereza. Lo hace como quien se pone armadura. Los conciertos son procesiones: zombis, vampiros, ángeles caídos con botas de plataforma y peinados imposibles. Una especie de carnaval macabro donde lo retro y lo futurista se dan la mano y se ríen de la lógica.

She Past Away parece sacado de un sueño de Bauhaus, mientras que Drab Majesty es como mirar a un alien en una tienda de ropa de los setenta. Hay algo deliciosamente contradictorio en ver una estética tan vintage proyectada al futuro.

Evolución digital sin perder el alma oscura

Hoy, el morbo no necesita una disquera. Solo necesita un laptop y un alma rota. La tecnología ha democratizado lo oscuro. Los plugins y los sintetizadores han hecho que cualquier habitación pueda convertirse en un templo gótico. Y eso tiene algo de mágico, pero también de peligroso.

Porque ahora hay más ruido, más opciones, más imitaciones. Pero también más libertad. Esa libertad que permite a artistas como los de la escena retrofuturista combinar el vinilo con el glitch, el vampirismo con la estética de los videojuegos ochenteros.

Como explica este artículo sobre bandas actuales de post-punk y darkwave, lo retro y lo futurista no se excluyen: se seducen. Y esa es la nueva cara del morbo.


“El futuro suena a pasado con maquillaje oscuro”

“El morbo es el perfume de lo prohibido cantado en tono menor”


“Cada generación inventa sus propios monstruos. La nuestra los canta.” (adaptación de Baudelaire)

“A los que miran al abismo, el abismo les da un disco y un micrófono.” (Refrán del club Batcave)


El morbo musical no ha muerto. Solo ha cambiado de vestuario. Y ahora baila entre algoritmos, reproduce sus conjuros en streaming y deja su huella en playlists como quien deja pétalos en un funeral.

Pero ¿qué tiene el morbo que nunca pasa de moda? ¿Por qué seguimos buscándolo, escuchándolo, venerándolo?

Quizás porque en el fondo, cada uno de nosotros quiere ser parte de esa procesión oscura. Aunque sea solo por una canción.

¿Quién cantará el próximo himno de lo prohibido? ¿Quién será la siguiente figura morbosa que nos devuelva el placer de estremecernos?

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JOHNNY ZURI

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